Siguiendo con los posteos Sanbernardísticos, e intentando que no se fomente la desaparición ni venida a menos de este Bloguito Naked, procedo a contar otra de las cosas que pasaron en la costa. Porque por más que lo que pasó en la beach, queda en la beach, hay cosas que no se van a olvidar, y ya las saben todas las personas con las que hablamos, así que da igual.
El lunes no era el mejor día como para estar en la playa, hacía frío, y estaba medio nublado, pero era lunes, habíamos descansado (poco), y nos habíamos levantado con una predisposición y un humor diferente. Era caminar, de vuelta, por la orilla, con todos los bolsos, y que venga un grupo de pendejos a mojarte, y en vez de putearlos en todos los idiomas, saludarlos, porque en la playa somos todos amigos. La familia de C ya se había vuelto al departamento, y nosotras quedamos a la deriva con un termo y todo lo necesario para hacer mates. Caminamos un poco, hasta llegar a un lugar más poblado de juventud, y nos instalamos, cual morsas en vacaciones, dispuestas a hacer nada.
Todo marchaba a la perfección, hasta que los que se instalaron al lado empezaron a jugar a la pelota. Era como si una nube cargada de tormenta de arena estuviera arriba de nuestras cabezas, porque toda la arena que levantaban con la pelota, iba a parar a donde estaban nosotras, claramente, por más buen humor que una tuviera, a la tercera lluvia arenosa empezamos a las puteadas.
Con unas cuantas disculpas estratégicas, uno de los tres muchachos se fue acercando, y terminó sentado con nosotras hablando, a lo que más tarde se le sumaron dos amigos. Nos fuimos de la playa con la vejiga a punto de explotar, casi a la hora de la cena, sin saber que los muchachos se iban a mantener en contacto con nosotras.
Los días que siguieron, directamente nos instalábamos con la lona, y un rato más tarde, llegaban ellos (uno de los tres que habíamos visto el primer día, se había ido, pero había venido otro a ocupar su lugar) y a veces nos veíamos a la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario