Empecé a leer el segundo libro de Rolón, aunque no leí el primero, pero como son casos separados no importa. A medida que voy avanzando con la lectura me doy cuenta de que entiendo un montón de cosas, tanto de él, como de ellos. Ya estuve en el lugar de ellos, durante un tiempo, y me siento identificada en medio millón de situaciones, frases, momentos, que ahora no tienen importancia. El problema es que ahora me intriga saber lo que se le cruzaba por la cabeza a mí Rolón, cuando le contaba de mi vida, cuando lloraba angustiada, realmente angustiada. Estoy segurísima de que él también conocía la diferencia entre un llanto de tristeza y uno de angustia, y él sabía que lo mío era angustia, ese nudo en el pecho que se tenía que desatar, por más que el proceso fuera largo y doloroso, en algún momento creo que me lo dijo, pero es parte del proceso del crecimiento de las alas, de la mente y del alma, creo yo. De ese proceso me falta un largo tramo, pero fue bueno haber caminado con él durante todo un año.
Ahora cambié a mí Rolón por mis Rolonas. No, suena feísimo decir que lo cambié, porque a él no lo cambio, y a mis Rolonas menos, pero no sé cuál sería la palabra. Con él fue un acuerdo mutuo, y sé que si quiero puedo volver. Con ellas se dieron las sesiones solas, sesiones de vida. Con ellas jamás podría acordar un alta porque ellas son mi vida. Soy Rolonas-dependiente y no voy a encontrar a nadie que me haga cambiar de opinión.
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