sábado, 9 de mayo de 2009

La hija de la luna vuela. Luana está escrita, pero no sobre el renglón y en cursiva caligráfica sino en diagonal y letras violetas y mayúsculas, sólo por joder, para demostrar que es diferente a todos nosotros, y lo es, porque mientras a nosotros nos vuelan (con suerte y muy de vez en cuando) sólo los ojos o una pierna o las fantasías o la punta de la nariz, ella vuela desde la mugre de sus uñas (calvas) hasta el último pelolacio de su corte punk pero formal. Como vuela, es mucho más que lo que entra en una palabra, aunque esa palabra sea LUANA o TRANSGREDIR. Luana no sólo es Luana sino también todo lo que no se podría enjaular nunca entre la L (que, por supuesto, es de libertad) y la A (que, obviamente, es de amor). Luana no es sólo su nombre sino todos los pájaros que se picotean unos a otros alrededor de él. Todos esos pájaros son naranjas, como ella, que aunque suene, toque, hable y mire como todos nosotros los muchachos del club de los huesos de tiza, tiene huesos hechos de canarios y benteveos y gorriones y algún que otro zorzál. Luana tiene los ojos dorados, no como una moneda de cincuenta centavos para comprar chicles hechos de infancia sino como los aros que no se quiere poner pero no puede negar. Tiene los ojos dorados, aunque se disfracen de ojos verdes como yo o grises como alguna de las nubes que limpian Buenos Aires con sus gritos. Los ojos naranjas de Lu, como los de cualquier persona que vuele, miran más lindo que los de los demás, más profundo.
Cada tanto lee o hace historias de amor, quiere creer que en algún rincón del mundo la ausencia desaparece y Tomás Durán y su remera de Jim Morrison le están tocando una canción, o Gabriel Soleíl la levanta de un charco y le sonríe, o Javier Calcedo le muestra cómo los sueños terminan siendo lo único que existe. En esos momentos Luana no es Luana sino Eugenia, o Julieta, o la chica del barco a vapor que se le existe a Javier Calcedo en los dedos.
A Luana le gusta caminar abajo de la lluvia (aunque, en realidad, está volando sobre ella y no se da cuenta) porque sabe, igual que yo, que la lluvia es un simulacro de deshacernos o desesperarnos o divertirnos o enamorarnos, y sabe también que no hay cosas tan parecidas como deshacerse, desesperarse, divertirse, enamorarse y lloverse, porque todas esas cosas viven en una gota que cae de una nube gris (gris, como los ojos naranjas de Lu cuando se disfrazan) y absorbe tu piel (o que absorbe a tu piel, eso todavía no lo pudimos discernir). Además, inconcientemente, le gusta esa sensación de tobillos mojados y pelo aplastado que te traen tanto la lluvia como el amor o la desesperación o el deshacimiento o la diversión. Una vez me habló de una bolsa que se llenaba de problemas, me habló de subir una colina con la bolsa a cuestas, y me habló también de ayudarme a subir. Nuncajamásdelosjamases va a saber cuánto me ayudo, porque como no hay palabras para enjaular a Luana, tampoco hay palabras para agradecerle.
Luana vive-sueña-transgrede, por sobre y por debajo de su nombre, y es más que el jean de Kosiuko que se pone siempre, más que todos las historietas de Liniers juntas, más que el símbolo de paz que me cuelga del cuello (in-vo-car) más que las fotos que sacamos cuando hay pilas y luz y ganas, más que las historias de amor, más que su cuerpo que es dorado y anaranjado, más que el verbo spongujear, que existe por y para ella. Luana es más, Luana siempre es más. Es tantas cosas que, después de once años de saber que existe, todavía no pude encontrar la palabra que abarque todo lo que es Luana. Espero no encontrarla jamás. La hija de la luna es una de las pocas personas que saben volar y me saben.


A veces me hace bien (y necesito) volver a leer estas cosas. Gracias Ximbulina, no te das una idea de todo lo que sos para mí.

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