domingo, 29 de noviembre de 2009

Lo milagros ocurren cada día

El otro día me estaba acordando la vez en la que, a la hora del almuerzo más o menos, mis viejos y Fernando decidieron ir a un bar y me hicieron ir con ellos. Era la época en la que mi viejo usaba el bastón pero a veces tenía que usar la silla de ruedas, y como habíamos decidido ir caminando porque eran dos cuadras nada más habíamos bajado las dos cosas. Estando en un estado de al pedismo total, yo iba sentada en la silla de ruedas, manejándola, mientras los demás iban caminando al lado mío, hasta que llegamos a la esquina. En la esquina, mi viejo se iba a sentar en la silla de ruedas para cruzar la calle más rápido y que no nos atropellara nadie, por lo tanto yo me tenía que levantar, así que me armé de valor, respiré profundo, y medio temblando me fui levantando lentamente. Una vez parada empecé a decirle a mi mamá "Mamá! ¡Puedo caminar!" mientras me acercaba para abrazarla y festejar con ella, y juro que no me voy a olvidar más la cara de las personas que estaban sentadas en el restaurant de la esquina comiendo del lado que da a la calle, y mucho menos me voy a olvidar de la mujer que estaba por llevarse a la boca un pedazo de pizza y se quedó boquiabierta, sosteniendo la pizza a mitad de camino y con los ojos como platos. Para frutilla de la torta, yo me levanté después de todo mi acting y salí caminando como si nada, mientras se sentaba viejito en la silla de ruedas y la gente cada vez entendía menos.
Y acá estoy, reportándome en el Bloguito, para que She no se queje de que soy una vaga.

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